Edmundo Sichrovsky, un activista austríaco de origen judío que estaba en una de las casas que Israel anunció iba a derribar describió como los militares israelíes derribaron la puerta y sacaron a rastras a sus habitantes, golpeando al abuelo tirado en el piso delante de sus nietos espantados que lloraban. Incautaron los celulares para que no hubiera imágenes o filmaciones antes de empezar con los golpes conmigo y otros cuatro activistas. Me patearon varias veces y me hicieron arrodillar, me dejaron la nariz sangrante y una serie de cortes, me rompieron los anteojos con un rodillazo en el rostro. Una vez fuera de la casa, me encerraron en un auto mientras insultaban a gritos a mí o a activistas mujeres a las que llamaban putas
Expondremos en esta entrega lo relativo a la denominación "Estado judío" que Israel llevó a cabo durante el verano de 2018, y que es en sí misma todo un atentado a la democracia. Se trata de una declaración política en toda regla, que confirma el carácter racista del régimen israelí, una entidad supremacista bajo la preeminencia de lo judío, lo cual es, evidentemente, contrario a la democracia. Es el racismo y la discriminación institucionalizada. Porque...¿acaso no es un oxímoron, una contradicción en sí misma, hablar de "democracia" y de "Estado judío"? En algunas de las series políticas de este Blog tratamos hace ya algún tiempo de la absoluta necesidad de evitar los nombres de partidos políticos (cuánto más a los propios Estados) que hicieran referencia a tendencias religiosas. Así, por ejemplo, deberíamos huir y no permitir expresiones como "Partido Cristiano del Pueblo", y otras denominaciones por el estilo. Su aversión a la democracia es clara, cuando una formación política (o un Estado) vinculan claramente su ideario a opciones religiosas determinadas. Pues bien, el Parlamento del régimen israelí, como nos cuenta el escritor Pablo Jofré Leal en este artículo para el medio Hispan TV, aprobó en julio de 2018 con 62 votos a favor, 55 en contra y 2 abstenciones la llamada "Ley de Estado-Nación", que proclama como parte del ficticio "Estado judío" los territorios palestinos ocupados de la Ribera Occidental, al mismo tiempo que declara a la ciudad de Al Quds (Jerusalén) como capital del régimen de Tel Aviv. Al mismo tiempo consolida la política de construcción y ampliación de los asentamientos con colonos judíos sionistas. El mito de que Israel representa "la mayor democracia de Oriente Medio" se cae a pedazos, se vuelve insostenible. Al declarar abiertamente que "sólo el pueblo judío posee derechos nacionales", se está avanzando claramente hacia una filosofía racista y discriminatoria, un régimen de apartheid. Jofré Leal explica: "Hoy, ese ideal racista planteado por Netanyahu y que cuenta con el aval de lo más abyecto de la ultraderecha de Israel, de los grupos que representan a colonos extremistas y aquellos grupos ultraortodoxos, se ha concretado, develando así la verdadera cara del sionismo y echando tierra en ese mito de considerar a la entidad sionista como "la mayor democracia de Oriente Medio". Una falacia difundida urbi et orbe por los medios de información manejados por el sionismo y que han dedicado las últimas décadas a tratar de limpiar la cara criminal de uno de los regímenes más brutales que haya conocido la humanidad".
Pero vayamos por partes, porque existe un paralelismo muy curioso entre el comportamiento del Estado de Israel con el que tuvo la Alemania nazi de los años 30 del siglo XX. En efecto (seguimos a Pablo Jofré Leal), resulta sintomático que estas leyes israelíes tengan su símil en leyes racistas que el régimen nazi alemán aplicó décadas atrás, contra personas que profesaban la fe judía. Y a día de hoy, después de más de 80 años, resulta abrumador constatar que aquellos que se supone sufrieron la segregación, la discriminación, la violación de sus derechos humanos, repiten a la vuelta de la historia la misma conducta criminal, en este caso contra el pueblo palestino, un pueblo árabe asentado en dichas tierras durante cientos de años antes. Y es un asunto grave precisamente porque el sionismo ha recibido jugosos réditos justamente apelando a los crímenes cometidos contra el pueblo judío, cuya base legal se encontraba en las leyes racistas de Nüremberg y posteriormente en los asesinatos masivos cometidos en campos de concentración que el régimen nazi instaló, no solo en territorio alemán, sino también en aquellos sometidos a la ocupación militar y con miles de colonos germanos. Y por otra parte, esa historia, ampliamente difundida y asimilada como incuestionable por el mundo occidental respecto al crónico victimismo judío, tiene hoy precisamente como victimarios a aquellos que en su momento fueron sacrificados en el altar de un régimen totalitario. ¿Cómo es posible pasar, al cabo de muy poco tiempo, desde los años de la Segunda Guerra Mundial, hasta el año de conformación de la entidad sionista en 1948, a transformarse en un régimen criminal, racista, que utiliza métodos similares al ideario nazi, pero ahora contra millones de hombres y mujeres palestinas? Resulta, cuando menos, desconcertante. En la Alemania de la década de los años 30 del siglo XX, en el mitin partidista anual celebrado en Nüremberg el 15 de septiembre de 1935, los nazis dieron a conocer una serie de leyes que institucionalizaban las teorías raciales que sustentaban la ideología del nacionalsocialismo. Producto de esas leyes, se les negaba a una serie de residentes en Alemania los derechos de ciudadanía de ese país (entre ellos y mayoritariamente a alemanes que profesaban la religión judía) y se les prohibía, por ejemplo, casarse o tener relaciones sexuales con personas de "sangre alemana o afín".
La misma perversa prohibición se amplió a negros y gitanos. Además de ese marco legal más amplio, las leyes de Nüremberg establecieron una serie de ordenanzas de carácter secundario, que inhabilitaron a los judíos a votar, privándolos de la mayor parte de sus derechos políticos. Y en el plano económico, estos alemanes, sindicados como "no puros" y ajenos a la raza superior aria, eran privados también de sus derechos, sus propiedades eran confiscadas, y se comenzó un proceso de "arianización" de todo lo que fuera propiedad de alemanes, sindicados como judíos. 83 años han transcurrido desde entonces, desde aquellas leyes que consagraron el carácter racista del régimen nazi y que en el pasado año 2018 volvieron al panorama internacional bajo el ropaje vestido por un régimen colonialista, que consagra bajo su supuesta "superioridad racial", una ley que avanza en el sueño sionista de exterminar a todo aquel que no sea "puro", en un símil de la observancia de las leyes del régimen nazi. Así se le ha dado rango de ley a una definición de Estado-Nación judío, para darle consistencia a ese discurso espurio enarbolado respecto a que la ideología sionista representa a un Movimiento de Liberación Nacional. Una ley que prioriza los denominados valores judíos sobre cualquier otro valor democrático en los territorios ocupados desde 1948 y aquellos que se usurparon desde la guerra de 1967, y donde además se declara a contrapelo de todo el derecho internacional a Al Quds como la capital de Israel. Se crea así una entidad exclusiva para los judíos, permitiendo comunidades solo para aquellos que profesen la fe judía, estableciendo el hebreo como el idioma oficial de Israel y relegando el árabe a un idioma de "estatus especial". Una ley que pisotea los principios del derecho universal e ignora los derechos de los ciudadanos palestinos. Se ignora de un plumazo a un 20% de la población árabe que puebla los territorios ocupados, y que en su enorme mayoría son descendientes de aquellos palestinos que permanecieron en sus tierras, expoliadas por Israel, tras la Nakba (ver entregas anteriores). Son 83 años de un lento pero sostenido proceso de segregación, expolio, usurpación y robo de las tierras palestinas, que Israel cada vez pretende blanquear más. Una política similar, salvando las distancias, a la ejecutada por los racistas sudafricanos contra la población negra, y que tanto denunciara Nelson Mandela. Pero esta aprobación del Estado-Nación judía es muy peligrosa, porque establece el precedente y el contexto para que ningún otro ser humano que no sea judío tenga derechos ni posibilidades de vivir.
Es toda una barbaridad desde todo punto de vista que se mire. Algunos ejemplos pueden servirnos de base: es como si Francia se declarara "Estado-Nación católico", declarando ser la patria "oficial" de los que profesan esa religión. O como si los gitanos (otro pueblo sin Estado y sin territorio) comenzasen a instalarse en el Reino Unido, desplazando a su población inglesa original, ocupando territorios, y masacrando a la población. De hecho, como nos recuerda Antonio Gómez Movellán en este artículo publicado en el portal de Unidad Cívica por la República, los judíos, en el protectorado británico de Palestina, constituían una minoría, y vivían en su mayoría fuera de ese territorio. Y en la actualidad sigue siendo así. Aunque existen más de 15 millones de judíos en el mundo, solo 5 millones viven en el Estado de Israel. Recojo las palabras de Gómez Movellán: "La confrontación con el nacionalismo árabe primero y con el islamismo político más tarde han hecho de Israel un Estado cuyas alianzas internacionales se basan en los intereses de Occidente y todo lo que ello conlleva en la zona; pero más allá de esta realidad, que incluye la violación sistemática de los derechos humanos de millones de palestinos y el apoyo a las políticas de las grandes potencias occidentales en la región, el Estado de Israel es una realidad que, confrontado a una geopolítica hostil derivada del acto colonialista que supuso la construcción del Estado de Israel, ha ido transformando su naturaleza originaria nacionalista en un verdadero Estado colonial-nacional". La presencia de todos sus postulados en el sistema educativo es muy influyente, y además, desde los años 60, los judíos ortodoxos han irrumpido con fuerza en la política israelí condicionando la formación de gobiernos y profundizando el carácter colonialista del Estado. La Ley de Estado-Nación que estamos comentando rechaza definitivamente la idea de un Estado plurinacional, considerando el Estado de Israel como un Estado de hegemonía nacional judía, y excluyendo abiertamente otras posibilidades y realidades nacionales. Mediante dicha ley, el simbolismo oficial se decreta exclusivamente hebreo-judaico. Además, y esto es quizá lo más importante, se considera la autodeterminación como derecho exclusivo de los judíos, con unos objetivos que tienen mucho que ver con la consolidación definitiva de los territorios ocupados, y con el objetivo de evitar futuros movimientos de separación de la minoría árabe.
Todo es parte, en el fondo, de una misma estrategia, encaminada a difundir una narrativa falsa respecto a su historia, y de esa forma continuar victimizándose ante el resto del mundo. Esto es un hecho que tiene mil manifestaciones distintas. Por ejemplo, el régimen israelí, a través de sus órganos y representaciones diplomáticas, y en colaboración con terceras entidades (locales o internacionales), celebra reuniones y encuentros con el objetivo de extender sobre el imaginario colectivo ciertas ideas, como por ejemplo que la partición de Palestina en el año 1948 generó cientos de miles de refugiados judíos desde los países árabes. Se va generando así un manto de duda y confusión, incluso de oscuridad, sobre los 5 millones de refugiados palestinos, éstos sí reales, que aún esperan retornar al hogar usurpado por el sionismo. Y así, una serie de teorías falsarias, conspiranoides, impresentables y claramente ofensivas se van extendiendo gracias al poder del lobby sionista por todo el mundo. Para Israel y sus ideólogos, su casta dirigente y lo transmitido como dogma de fe, su destino trágico aún no ha finalizado, y las organizaciones internacionales deberían reconocer la tragedia derivada de la supuesta diáspora consecuencia de la partición de Palestina. Se despliegan una serie de estrategias políticas y comunicacionales para desviar la atención sobre la situación de ocupación, colonización y apartheid que vive Palestina. Llega a tanto el nivel de hipocresía, de falsificación y mitificación histórica, que Israel no abandona su papel de víctima eterna, y el sionismo utiliza todas las armas a su favor para involucrar a los organismos internacionales en esta tarea. Las mentiras sionistas, como vemos, no tienen límite. Finalizo esta entrega con unas palabras de César Manzanos Bilbao, Doctor en Sociología, quien en una carta enviada al medio digital Rebelion, y titulada "Israel: Estado terrorista" (a la cual volveremos en la próxima entrega), afirma textualmente. "Dice la canción que David era Goliat, y efectivamente la historia lo está confirmando. Quizás no solo estemos asistiendo al retorno al principio del judaísmo del "ojo por ojo y diente por diente", al mantenimiento del "orden mundial" fundamentado en el principio de la imposición por la fuerza, de la venganza, de la ley del más fuerte, sino que más bien estemos ya en la lógica de la exterminación de todo aquello que no acata, se somete y vive para reproducir los principios básicos de las minorías que detentan el poder". Continuaremos en siguientes entregas.